El viento ha vuelto a soplar sobre el valle de Cocora. Logrando atravesar algunas nubes, el sol recorta en la bruma la inmensa silueta esbelta de las palmas de cera. A veces de un verde oscuro, a veces de un verde claro, los tonos se despliegan al ritmo dictado por las ráfagas de viento. No muy lejos, imperturbables, pastan unas vacas. Un colibrí pasa. Una orquídea salvaje se balancea.
Un rayo de luz repentinamente difunde toda su luminosidad. Más arriba, alegremente, las calles del pueblo se llenan de nuevo, en la plaza de la iglesia se estaciona un Willis. Ya se escuchan notas de salsa saliendo de la sala de billar Carrera Ocho. Dulce tarde en Salento.